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La luminosidad de la ceniza

Crítica de arte

Alberto Pizarro - Crítico de arte - Diario La Rioja

Alberto Pizarro

El origen de los salones de otoño data de principios del siglo pasado, a imitación del ‘Salon d’Automne’ de París, cuya finalidad era promocionar a los artistas jóvenes, al impresionismo -tendencia de moda entonces- y organizar exposiciones conmemorativas. Uno de sus éxitos fue dar a conocer el fauvismo.

Otros son el origen y la trayectoria del de Cenicero. Nacido como colofón de los actos celebrados en 1979, con motivo de la concesión del título de Ciudad, fue tal su éxito que se decidió seguir con él hasta 1984. Y se desprogramó. ¿Qué sucedió? Averígüelo, Vargas. Posteriormente se celebraron tres más en Ibercaja, de Logroño, organizados por el Centro de Arte y Diseño Aguado en colaboración con el Colegio de Decoradores. Pero como hay artistas disparan su mala baba con puntería de gargajo de macarra, despreciando la labor esforzada y altruista de José Antonio Aguado, dieron en llamar a la muestra el ‘Salón de Toño’ (Uzqueda dixit). Algunos le negaron el saludo, haciendo recaer sobre él la responsabilidad de no haber sido invitados; cuando, en realidad, el relegamiento fue debido a las dimensiones de la sala y a la pretensión de dar oportunidad de exponer unas veces a unos y otras a otros, sin menospreciar a nadie de valía.

Como donde hubo fuego cenizas quedan, ciertas ‘presiones’ hicieron que, en 1995, el Ayuntamiento de Cenicero formase una Comisión, que timoneó con firme norte David Gangutia, para que el evento volviese al pueblo. Así, en 1.994 se abrió en la Casa de Cultura ‘Las Monjas’.

Desde entonces, cada dos años, expone las obras de creadores riojanos y vinculados a nuestra región. Si Cenicero tenía su Estatua de la Libertad, copia de la existente en Nueva York, en memoria de los héroes que resistieron el asedio de las tropas carlistas, ¿cómo no iba a tener, a imitación de París, un Salón de Otoño, en memoria del ‘asedio’ de los aficionados a las autoridades? Desde el primero, celebrado en el salón parroquial, han pasado 38 años.

Quizá en alguno de ellos a Pako Campo se le activaron los resortes de la vocación que le ha llevado a convertirse en pintor de fama internacional.

En el actual, homenaje póstumo a Jesús Infante, han expuesto 36 artistas: Veteranos consagrados (Ropero, Narvaiza o Llano), maduros en sazón (Casis, Sevilla o López Garrido), jóvenes rutilantes (Soldevilla, Pérez Marín o Novoa), féminas imprescindibles (Sáenz de Pipaón, Gómez Maza o Nájera) y un etcétera con obra de mérito parejo o superior a la de los mentados. ¡Ay Casa ‘Las Monjas’!, a un lado de la puerta de entrada, un espléndido desnudo femenino de Lanchares, con sus escurriduras y todo; al otro, un abstracto no menos admirable de Birigay, como absolución a pecaminosas miradas.

El vino ilustrado, tras el acto inaugural -celebrado en la Casa Eroika, pequeña para tanta concurrencia-, propició corrillos de sana tertulia, y miradas de reojo capaces de reavivar las cenizas dejadas en el pueblo hace siglos por cisqueros y pastores… Y mi musa sin enterarse.

Diario La Rioja. La luminosidad de la ceniza
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